Hay dos grandes motivadores universales, el placer y el dolor… Universales porque se dan en todo ser vivo conocido. Desde una ameba hasta una planta, desde un hámster a un ser humano, todos los seres tienen una tendencia natural a buscar el placer y a evitar un dolor.

Placer y dolor son, muchas veces, las caras opuestas de la misma moneda, ya que, por un lado,  el dolor producido por la necesidad desaparece cuando el placer de satisfacer la necesidad llega finalmente; pero por otro lado el placer cuando cesa, o cuando aunque se esté disfrutando se anticipa que puede finalizar, da paso al dolor asociado a la pérdida.

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Este trastorno, aunque también sucede entre los hombres, es bastante común entre las mujeres. En realidad, en todas las mujeres existe la capacidad fisiológica para el orgasmo. El orgasmo es una respuesta que no nace espontáneamente, sino que se aprende, y, como todo aprendizaje, depende de la habilidad y de la constancia de la persona que se aprenda mejor o peor. La anorgasmia en sentido estricto es la incapacidad para disfrutar de un orgasmo, aunque en sentido laxo es la falta de resolución en orgasmo de una relación sexual por la mera penetración, por la fricción del pene con la vagina interna. Partiendo de estas dos definiciones tendríamos, pues, dos tipos de anorgasmia.

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Tradicionalmente, los problemas de naturaleza sexual han sido abordados desde la perspectiva orgánica, médica. Este enfoque atribuye una mayor importancia en el origen así como en el curso de un trastorno sexual a factores biológicos: vasculares, endocrinos (hormonales), neurológicos, morfológicos o como efectos secundarios al uso farmacológico.

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Tradicionalmente la falta de deseo se ha venido asociando al sexo femenino; tanto es así que la tradicional “frigidez” encaja perfectamente con el deseo sexual inhibido (nombre técnico de la disfunción) mientras que una traducción a términos masculinos podría ser la impotencia.

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Este frustrante problema tiene una base claramente psicosomática. Quizá la mejor definición de la eyaculación precoz es de Helen Kaplan, al considerarla una dificultad para conseguir el control voluntario de la eyaculación, dificultad debida a la falta de capacidad para reconocer las sensaciones corporales propias que la preceden. Es decir, de los prolegómenos de la fase de carga seminal en el orgasmo.

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