El artículo ¿Es inevitable sentir despecho tras una ruptura amorosa traumática? escrito por Alicia Cruz Acal en colaboración con el psicólogo Raúl Padilla aborda el tema del despecho después de una ruptura amorosa traumática.

El psicoterapeuta y sexólogo Raúl Padilla explica que el despecho tiene una triple respuesta: fisiológica, psicológica y conductual. Fisiológicamente, se trata de un síndrome de abstinencia del cerebro debido a la supresión repentina de lo que la relación proporcionaba. Psicológicamente, el despecho es una reacción ante una situación vivida como injusta, humillante y desengaño, lo que puede generar ira y deseos de venganza. Conductualmente, el despecho puede manifestarse en buscar venganza directa o indirecta, como iniciar una nueva relación para provocar celos.

El despecho involucra aspectos físicos, psicológicos y conductuales que se retroalimentan y pueden dificultar el proceso de superar la pérdida de la persona amada. El despecho es una emoción normal después de una ruptura, especialmente cuando se experimenta traición y decepción, lo cual puede afectar la autoestima y generar heridas de apego relacionadas con experiencias previas.

Es importante pasar por las fases del duelo de manera adecuada para evitar consecuencias negativas a largo plazo. El despecho se presenta después de la fase de negación y durante la fase de ira, donde se busca a quién culpar por la infidelidad o la ruptura no deseada. Es esencial gestionar el despecho para avanzar y no quedarse atrapado en la ira.

El artículo ofrece consejos para gestionar y superar el despecho, como practicar la aceptación, el mindfulness y la autocompasión. También se destaca la importancia de valorarse a uno mismo y no vincular el propio valor con la opinión de la expareja. Además, se sugiere realizar ejercicio físico para mejorar la química cerebral y la autoestima. A nivel psicológico, se recomienda dejar de revivir el pasado y reflexionar sobre las señales y errores propios y ajenos. Desde una perspectiva conductual, se enfatiza en cambiar el enfoque hacia nuevas posibilidades y experiencias en solitario y con otras personas que puedan acompañar en el proceso de superación.

En resumen, el despecho después de una ruptura amorosa traumática es una respuesta emocional normal, pero es importante gestionarlo adecuadamente para avanzar en el proceso de duelo y superación. Se deben abordar los aspectos fisiológicos, psicológicos y conductuales del despecho, y se brindan consejos prácticos para enfrentarlo de manera saludable.

Raúl Padilla, psicólogo y terapia sexual individual y de pareja, y Alicia Cruz Acal explican que se deben abordar los aspectos fisiológicos, psicológicos y conductuales del despecho, y brindan consejos prácticos para enfrentarlo de manera saludable.

Enlace del artículo: ¿Es inevitable sentir despecho tras una ruptura amorosa traumática?

Autor: Alicia Cruz Acal

 

Amor líquido y monogamia

El concepto de amor líquido fue introducido por Zygmunt Bauman en su libro homónimo en 2003, en referencia al amor en un mundo globalizado. El término líquido se contrapone a sólido en el sentido de que tradicionalmente era entendido el amor como algo que se construía e iba adquiriendo consistencia, solidez, con el paso del tiempo. La liquidez amorosa actual implicaría al afecto como un producto manufacturado para su uso sin pérdida de tiempo. La dedicación que implica profundizar en una relación y su cristalización conlleva inevitablemente una palabra que suena con estridencia en el entorno actual: renuncia.

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El psicólogo y experto en sexología Raúl Padilla colabora en La Vanguardia en el artículo «‘Citas slow’ o amor a fuego lento: la nueva tendencia que se impone entre los jóvenes«, escrito por Estefanía Grijota.

¿A quién no le gusta que se interesen por su vida, por sus emociones, que se preocupen de su día a día, que amen sus gustos, y que en ese intercambio, una relación crezca y se establezca de manera natural en base a lo verdadero, lo genuino? Y es que el amor es todo un arte que evoluciona con el tiempo. Una de las tendencias ahora entre los más jóvenes es vivir un potencial romance de manera pausada, calmada y bajo el lema del clásico y eterno “poco a poco”. ¿O acaso ya se extinguió el tiempo para el amor?

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Educación sexual y afectiva. Desde que nacemos nos enfrentamos a una dialéctica con el mundo y empezamos a aprender cosas sobre nosotros y sobre lo que nos rodea. Este aprendizaje, los seres humanos, lo realizamos de la experiencia directa y por medio de personas que nos dicen cómo somos, qué somos y qué nos encontramos en nuestra relación con el mundo. A nivel intelectual, social, físico o emocional la información que nos llega suele apoyar nuestro empoderamiento y capacidad resolutiva, nos pone a los mandos de nuestra relación con nosotros mismos y con los demás, pero a nivel sexual se queda bastante corta, cuando no, contraproducente.

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El Covid apareció de golpe en nuestra sociedad, y aunque al principio parecía que la magnitud que se le otorgaba era exagerada, al saber que en China se estaban construyendo gigantescos hospitales en tiempo récord para mitigar sus efectos, se fue convirtiendo en una crisis que modificó la forma que teníamos de relacionarnos con los demás y con el entorno. Todo cambio genera incertidumbre y cuando este cambio, además de no ser buscado, nos es presentado y lo compramos como algo aterrador, el efecto de esa nueva realidad sobre la mente de las personas puede ser devastador.

 

Tres han sido los factores que han producido el cambio biopsicosocial que ha acarreado el Covid. Por un lado el desconocimiento de su naturaleza y efectos, que activó el miedo; por otra y a consecuencia de la anterior, la desinformación o sobreinformación, que abrió la caja de la ansiedad ; y, finalmente, el confinamiento con sus consecuencias económicas, sociales, físicas y psicológicas, que trajo la indefensión.

 

El Covid era la encarnación del mal, era lo peor que podía pasar, se le satanizó y sólo parecía existir en el mundo su presencia o ausencia. Para combatir el miedo ante la nueva enfermedad se creó una especie de estado de guerra contra el virus con dos frentes, uno profiláctico intentando controlar todas las variables relacionadas con el contagio; y otro físico limitando el contacto entre personas mediante un aislamiento social. El aislamiento social fue una medida implementada para salvar vidas, pero el coste para la salud mental fue alto.

 

Se activó una sensación de necesidad de control, a veces compulsiva, de todas las variables relacionadas con la enfermedad, inicialmente para no contraerla y en segundo lugar como forma de control social al responsabilizar a quien no controlaba dichas variables de la puesta en peligro de la vida de los demás.

 

Se mantenía un estado de alarma interno en las personas, que lejos de ser aliviado con la presencia de datos objetivos que ayudaran al distanciamiento del motivo de dicha alarma, era potenciado desde el entorno inmediato y desde los medios de comunicación: era el tema de conversación estrella. La alerta puede mantenerse mientras se está en crisis, pero cuando la crisis se mantiene durante el tiempo suficiente deja de ser crisis y se convierte en un estado al que la persona debe adaptarse si no quiere desarrollar patologías psicológicas relacionadas con su resistencia a la aceptación de una realidad que se ha instaurado y que no cambiará ni a corto ni a medio plazo.

 

Hubieron distintas formas de adaptación a la nueva realidad, algunas de ellas tan resilientes que tuvieron un efecto contrario, viviendo la vuelta a la “normalidad” con una cierta resignación. Hablo de aquellas personas que entendieron esta crisis como una oportunidad y trabajaron en su autocuidado cuidando su alimentación, sueño y haciendo ejercicio físico, evitando sustancias nocivas como el alcohol o las drogas, dedicando un tiempo a relajarse, meditar o desconectar. Son personas que entendieron que era una ocasión única para invertir en su higiene mental manteniendo la mente ocupada en pasatiempos u otros proyectos, estableciendo prioridades y tiempos para sus objetivos, evitando sobreexponerse a los medios de comunicación así como a las pantallas en general: móvil, táblet, ordenador… y estableciendo y manteniendo una rutina diaria. Aprovecharon este tiempo en socializar tomando la iniciativa y siendo proactivos a la hora de ofrecer ayuda a sus amigos, familiares o vecinos; estableciendo una red social con el apoyo de la tecnología, recibiendo y dando apoyo social, las dos caras de la misma moneda: saber que hay alguien al otro lado.

 

Desgraciadamente, muchas personas no se adaptaron tan eficientemente y sufrieron alteraciones psicológicas que en ocasiones traspasaron la barrera de lo patológico.

 

Así la sensación de indefensión y necesidad de control sobre la posibilidad de contagio, que activa el sistema de alerta de forma casi continua con el coste emocional que ello tiene a nivel de ansiedad y de desesperanza, indefensión… antesala de la depresión. En este entorno era común la presencia de rumiaciones, muchas veces de forma automática, de pensamientos recurrentes sobre la posibilidad de contagio o la muerte propias o de familiares. Como parte de la lucha contra el enemigo una herramienta era la higiene, pero se dio también la presencia de rituales de limpieza, a veces compulsivos, que iban más allá de las recomendaciones razonables tendentes a minimizar un riesgo sobre el que no se tenía control.  Aparecieron también problemas de sueño, bien por la desorganización del mismo o por la presencia de pesadillas, como consecuencia de la activación continua del sistema de alarma y de los pensamientos intrusivos. A nivel cognitivo se dio una sensación de bloqueo que afectaba tanto a la concentración como a la toma de decisiones, algo que aumentaba la sensación de falta de control y perpetuaba el círculo de la ansiedad. Esta ansiedad mantenida durante mucho tiempo era acrecentada a diario por el bombardeo de más y más estímulos desde los medios de comunicación y el boca a boca que la hacían más real si cabe. Esta amenaza producía un estado basal de nerviosismo que empañaba todo lo que rodeaba la vida de las personas y, en ocasiones podía favorecer al aparición de ataques de pánico.

 

Han sido muchas las víctimas de esta pandemia. Muertes, familiares de las mismas, personal sanitario… La repercusión en el conjunto de la sociedad aún estamos lejos de poder valorarlo, pero a nivel psicológico se han producido modificaciones en nuestra forma de percibir y relacionarnos con las otras personas; con cómo establecemos los vínculos, especialmente en la infancia. La brecha que se inició el quince de marzo del año 2020 ha creado una nueva realidad con nuevas formas de pensar, sentir y actuar.

El psicólogo Raúl Padilla colabora con Cuidate Plus en el artículo «Ronquidos: una tortura en la cama (con solución)«.

Los ronquidos son una forma de martirio psicológico diario, sobre todo cuando son fuertes y descontrolados, y cuando la persona que los escucha tiene problemas para conciliar el sueño. Entonces se da una mezcla explosiva ya que por un lado, tenemos a alguien que duerme a pierna suelta y no se entera de nada y por el otro a una persona con los ojos vidriosos de estar toda la noche intentando conciliar el sueño.

Un buen descanso es vital para la salud mental de las personas. No es lo mismo cuando no se puede descansar lo suficiente por una razón propia (preocupaciones, trabajo, tiempo de ocio, etc.) que cuando alguien no te deja dormir y te está imponiendo la falta de sueño, como en el caso de los ronquidos.

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El psicólogo y experto en sexología, Raúl Padilla colabora en El País en el artículo «Adolescentes y ‘cyberflashing’: ¿por qué me envías una foto sexual sin mi permiso?«, escrito por Estefanía Grijota.

Cyberflashing; una práctica que consiste en el envío de imágenes sexuales no solicitadas a través del móvil hacia una persona. Un tema que, a priori, podría resultar gracioso o sin demasiada importancia para algunas personas, pero que esconde una forma de microagresión, si el envío de dicho material no ha sido consensuado primero por ambas partes.

La irrupción visual explícita en el campo perceptivo de la mujer con el fin de encontrar un incremento del deseo sexual por la otra parte, o de recibir fotos a cambio, demuestra una falta de empatía al no considerar a la otra persona en sí, sino como una prolongación de los propios deseos”, explica Raúl Padilla….

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El sexólogo Raúl Padilla colabora con Men´sHealth en el artículo «¿Hay algún tratamiento casero para la fimosis? ¿funcionan las cremas?«, escrito por Gustavo Higueruela.

La fimosis es un problema originado por la incapacidad de descubrir la cabeza del pene por culpa de la estrechez de la abertura del del prepucio. El procedimiento más habitual para terminar con este problema es la circuncisión, una operación muy sencilla que consiste en recortar la piel sobrante del pene para dejar el glande al descubierto. Pero también hay otras maneras de tratarla, y para ello hemos consultado con Raúl Padilla, que a continuación nos va a resolver cualquier duda al respecto.

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