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Educación sexual y afectiva. Desde que nacemos nos enfrentamos a una dialéctica con el mundo y empezamos a aprender cosas sobre nosotros y sobre lo que nos rodea. Este aprendizaje, lo realizamos de la experiencia directa y por medio de personas que nos dicen cómo somos, qué somos y qué nos encontramos en nuestra relación con el mundo. A nivel intelectual, social, físico o emocional la información que nos llega suele apoyar nuestro empoderamiento y capacidad resolutiva. Nos pone a los mandos de nuestra relación con nosotros mismos y con los demás, pero a nivel sexual se queda bastante corta, cuando no, contraproducente.

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El Covid apareció de golpe en nuestra sociedad. Al principio parecía que la magnitud que se le otorgaba era exagerada, al saber que en China se estaban construyendo gigantescos hospitales en tiempo récord para mitigar sus efectos. Se fue convirtiendo en una crisis que modificó la forma que teníamos de relacionarnos con los demás y con el entorno. Todo cambio genera incertidumbre. Cuando este cambio, además de no ser buscado, nos es presentado y lo compramos como algo aterrador, el efecto de esa nueva realidad sobre la mente de las personas puede ser devastador.

 

Tres han sido los factores que han producido el cambio biopsicosocial que ha acarreado el Covid. Por un lado el desconocimiento de su naturaleza y efectos. Esto activó el miedo. Por otro lado y a consecuencia de la anterior, la desinformación o sobreinformación, que abrió la caja de la ansiedad. Finalmente apareció el confinamiento con sus consecuencias económicas, sociales, físicas y psicológicas, que trajo la indefensión.

La deminización del Covid 19

El Covid era la encarnación del mal, era lo peor que podía pasar, se le satanizó y sólo parecía existir en el mundo su presencia o ausencia. Para combatir el miedo ante la nueva enfermedad se creó una especie de estado de guerra contra el virus con dos frentes. Uno profiláctico intentando controlar todas las variables relacionadas con el contagio; y otro físico limitando el contacto entre personas mediante un aislamiento social. El aislamiento social fue una medida implementada para salvar vidas, pero el coste para la salud mental fue alto.

 

Se activó una sensación de necesidad de control, a veces compulsiva, de todas las variables relacionadas con la enfermedad. Inicialmente para no contraerla y en segundo lugar como forma de control social al responsabilizar a quien no controlaba dichas variables de la puesta en peligro de la vida de los demás.

 

Se mantenía un estado de alarma interno en las personas. Lejos de ser aliviado con la presencia de datos objetivos que ayudaran al distanciamiento del motivo de dicha alarma, era potenciado desde el entorno inmediato y desde los medios de comunicación: era el tema de conversación estrella. La alerta puede mantenerse mientras se está en crisis, pero cuando la crisis se mantiene durante el tiempo suficiente deja de ser crisis y se convierte en un estado. La persona debe adaptarse a él si no quiere desarrollar patologías psicológicas relacionadas con su resistencia a la aceptación. Debe aceptar una realidad que se ha instaurado y que no cambiará ni a corto ni a medio plazo.

Adaptándonos a la nueva realidad

Hubieron distintas formas de adaptación a la nueva realidad. Algunas de ellas tan resilientes que tuvieron un efecto contrario, viviendo la vuelta a la “normalidad” con una cierta resignación. Hablo de aquellas personas que entendieron esta crisis como una oportunidad y trabajaron en su autocuidado. Se dedicaron a si mismas cuidando su alimentación, sueño y haciendo ejercicio físico, evitando sustancias nocivas como el alcohol o las drogas. Dedicaban un tiempo a relajarse, meditar o desconectar. Eran personas que entendieron que era una ocasión única para invertir en su higiene mental.

Podían mantener la mente ocupada en pasatiempos u otros proyectos, estableciendo prioridades y tiempos para sus objetivos. Podían evitar sobreexponerse a los medios de comunicación así como a las pantallas en general: móvil, táblet, ordenador. Podían establecer y mantener una rutina diaria. Aprovecharon este tiempo en socializar tomando la iniciativa y siendo proactivos a la hora de ofrecer ayuda a sus amigos, familiares o vecinos. Establecieron una red social con el apoyo de la tecnología, recibiendo y dando apoyo social, las dos caras de la misma moneda: saber que hay alguien al otro lado.

Consecuencias psicológicas del Covid 19

Desgraciadamente, muchas personas no se adaptaron tan eficientemente y sufrieron alteraciones psicológicas que en ocasiones traspasaron la barrera de lo patológico.

Así había una sensación de indefensión ante el Covid y necesidad de control sobre la posibilidad de contagio. Este hecho activa el sistema de alerta de forma casi continua con el coste emocional que ello tiene. Un coste medido en niveles de ansiedad y de desesperanza, indefensión… antesala de la depresión.

En este entorno era común la presencia de rumiaciones, muchas veces de forma automática, de pensamientos recurrentes sobre la posibilidad de contagio o la muerte propias o de familiares.

Como parte de la lucha contra el enemigo una herramienta era la higiene, pero se dio también la presencia de rituales de limpieza. Rituales compulsivos, que iban más allá de las recomendaciones razonables tendentes a minimizar un riesgo sobre el que no se tenía control.

Aparecieron también problemas de sueño, bien por la desorganización del mismo o por la presencia de pesadillas. Estas eran consecuencia de la activación continua del sistema de alarma y de los pensamientos intrusivos.

A nivel cognitivo se dio una sensación de bloqueo que afectaba tanto a la concentración como a la toma de decisiones. Se aumentaba la sensación de falta de control y perpetuaba el círculo de la ansiedad. Esta ansiedad mantenida durante mucho tiempo era acrecentada a diario por el bombardeo de más y más estímulos desde los medios de comunicación y el boca a boca que la hacían más real si cabe. Esta amenaza producía un estado basal de nerviosismo que empañaba todo lo que rodeaba la vida de las personas y, en ocasiones podía favorecer al aparición de ataques de pánico.

Después de la pandemia

Han sido muchas las víctimas de esta pandemia. Muertes, familiares de las mismas, personal sanitario… La repercusión que tendrá el Covid en el conjunto de la sociedad aún estamos lejos de poder valorarlo. Pero a nivel psicológico se han producido modificaciones en nuestra forma de percibir y relacionarnos con las otras personas. Modificaciones en cómo establecemos los vínculos, especialmente en la infancia. La brecha que se inició el quince de marzo del año 2020 ha creado una nueva realidad con nuevas formas de pensar, sentir y actuar.