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“Algo le pasa, creo que ya no me quiere. Seguro que está pensando en dejarme. Lo nuestro ya no es lo que era. Todo ha cambiado. Es cuestión de días que me lo diga… ¿Y ahora qué voy a hacer?” Seguramente tengas razón y todo vaya a terminarse algún día, pero no hoy. El miedo a que te abandonen te ha ganado la batalla y ha colocado una carga explosiva en los cimientos de tu relación, aunque no tengas ningun motivo para pensarlo. Y lo peor es que tú tienes el botón que va a hacerla detonar; tu dedo índice va a apretarlo movido por unos temores, probablemente, infundados. Tal vez fuera una relación traumática del pasado, una infancia plagada de carencias afectivas, un nivel de autoestima desastroso… El pavor a ser abandonado es muy habitual y, casi siempre, el germen está sólo en la cabeza del que lo siente.

…, el psicólogo Raúl Padilla, terapeuta sexual y de pareja en colaboración con Alejandro Tovar, analizan esta dependencia emocional autodestructiva

Enlace del artículo: No Permitas Que El Miedo A Que Te Dejen Acabe Destruyendo Vuestra Relación

Autor: Alejandro Tovar

 

Raúl Padilla colabora en EL MUNDO en el artículo «Sexo por despecho ¿es saludable?» de Marian Benito.

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Raúl Padilla colabora en El Confidencial en el artículo «En la mente del violador: así es y así actúa» de María Palmero.

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Raúl Padilla colabora en El Confidencial en el artículo «Las razones por las que somos monógamos» de Miguel Ayuso

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Una de las primeras preguntas que me suelen hacer en terapia sexual es cuál es la frecuencia normal con la que se mantienen relaciones sexuales, sobre todo, digo yo, para ubicarse y tener una referencia de la gravedad de su caso con un dato «objetivo». Mi respuesta siempre es la misma:

“Entre una vez al año y siete veces al día. Menos de una vez al año podría considerarse falta de interés y más de siete veces al día de forma continuada puede tener efectos perjudiciales para la salud, sobre todo si se produce eyaculación en todas ellas.”

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Es un varón.

Ser varón significa muchas cosas… por el mero hecho de que en un momento de la gestación se castre un alelo que potencialmente podía haber seguido su desarrollo hacia un cromosoma X, pero que por la acción de determinados genes se manifestó como Y, masculino, podemos decir que existe un pequeño hombrecito creciendo dentro de la tripa de mamá a las dieciséis semanas de gestación. En esencia, cuando el bebé sale del cuerpo de su madre lo primero que se mira es la entrepierna del chiquitín en busca de su atributo definitorio, a mucho antes del nombre… Es un varón.

La etiqueta está puesta y, como un corazón tallado a navaja en la corteza del árbol, se irá desarrollando y amoldando al paso del tiempo en círculos concéntricos de crecimiento troquelado por el afilado diagnóstico.

Sí, ser varón significa que el llanto es prueba de debilidad porque no se soporta el dolor. Porque sólo se llora por dolor. La expresión emocional básica queda así empobrecida y dirigida a la consecución de objetivos.

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Hay dos grandes motivadores universales, el placer y el dolor… Universales porque se dan en todo ser vivo conocido. Desde una ameba hasta una planta, desde un hámster a un ser humano, todos los seres tienen una tendencia natural a buscar el placer y a evitar un dolor.

Placer y dolor son, muchas veces, las caras opuestas de la misma moneda, ya que, por un lado,  el dolor producido por la necesidad desaparece cuando el placer de satisfacer la necesidad llega finalmente; pero por otro lado el placer cuando cesa, o cuando aunque se esté disfrutando se anticipa que puede finalizar, da paso al dolor asociado a la pérdida.

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Este trastorno, aunque también sucede entre los hombres, es bastante común entre las mujeres. En realidad, en todas las mujeres existe la capacidad fisiológica para el orgasmo. El orgasmo es una respuesta que no nace espontáneamente, sino que se aprende, y, como todo aprendizaje, depende de la habilidad y de la constancia de la persona que se aprenda mejor o peor. La anorgasmia en sentido estricto es la incapacidad para disfrutar de un orgasmo, aunque en sentido laxo es la falta de resolución en orgasmo de una relación sexual por la mera penetración, por la fricción del pene con la vagina interna. Partiendo de estas dos definiciones tendríamos, pues, dos tipos de anorgasmia.

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Tradicionalmente, los problemas de naturaleza sexual han sido abordados desde la perspectiva orgánica, médica. Este enfoque atribuye una mayor importancia en el origen así como en el curso de un trastorno sexual a factores biológicos: vasculares, endocrinos (hormonales), neurológicos, morfológicos o como efectos secundarios al uso farmacológico.

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Este frustrante problema tiene una base claramente psicosomática. Quizá la mejor definición de la eyaculación precoz es de Helen Kaplan, al considerarla una dificultad para conseguir el control voluntario de la eyaculación, dificultad debida a la falta de capacidad para reconocer las sensaciones corporales propias que la preceden. Es decir, de los prolegómenos de la fase de carga seminal en el orgasmo.

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