Post del blog de Raúl Padilla

En alguna circunstancia probablemente todos hayamos pospuesto algo que teníamos planeado hacer, o que era necesario, por una labor más agradable o simplemente hemos usado como excusa un «deber ineludible» para retrasar su ejecución.

Este hecho, como cualquier conducta, cuando se convierte en recurrente puede llegar a ser un hábito. El hábito de diferir o posponer la ejecución de tareas que deberían ser atendidas se llama procrastinación y puede convertirse en un verdadero problema cuando nos lleva a vivir en el filo de la navaja del tiempo de ejecución de las tareas.

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Funciona como el efecto dominó… una ficha es derribada y derriba la siguiente en un movimiento continuo. Comienza con una percepción, con una emoción o con un pensamiento, y a partir de ahí empieza esta caja de resonancia.

La ansiedad es una respuesta conjunta del pensamiento, el cuerpo y la conducta ante un estímulo que es evaluado como peligroso… esta es la definición académica, pero ahora hago referencia a un estado de hipervigilancia y de detección de posibles anomalías que nos alejan de la tranquilidad, de la homeostasis.

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La falta de confianza y la necesidad de restitución son dos de las consecuencias más comunes tras una infidelidad. Aunque se dan a la vez, cada una funciona de forma distinta y afectará a la pareja de forma distinta.

La falta de confianza, cuando se produce, crea una sensación de inseguridad y de desamparo porque se ha caído uno de los pilares en los que se había construido la vida de la pareja. La sensación de alienación del otro, al compartir con otra persona algo que creía privativo de su relación, le sitúa en una posición de desigualdad emocional, ya que recibe reforzamiento de dos personas cuando la pareja sólo la está recibiendo de una.

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De repente un día dejan de funcionar las reglas que nos servían, nos sentimos divididos y extraños de nosotros mismos, frágiles y perdidos.

Tenemos, por un lado, la inercia vital que nos ha llevado a donde nos encontramos y nuestra vida tiene sentido porque la vivimos intensamente. Somos jóvenes rondando la cuarentena, tenemos éxito y llevamos la vida que ya elegimos en su momento… pero, por otro lado, hoy nos plantamos delante de dudas que no nos habíamos planteado hasta ahora.

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Una de las primeras preguntas que me suelen hacer en terapia sexual es cuál es la frecuencia normal con la que se mantienen relaciones sexuales, sobre todo, digo yo, para ubicarse y tener una referencia de la gravedad de su caso con un dato «objetivo». Mi respuesta siempre es la misma:

“Entre una vez al año y siete veces al día. Menos de una vez al año podría considerarse falta de interés y más de siete veces al día de forma continuada puede tener efectos perjudiciales para la salud, sobre todo si se produce eyaculación en todas ellas.”

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Llevamos a una relación de pareja el cúmulo de relaciones que hemos ido construyendo durante toda nuestra vida.

El ser humano como ente individual acaba de formarse fuera del útero materno, a diferencia de otras especies de mamíferos superiores, debido a que no nace lo suficientemente maduro como animal como para tener un mínimo de independencia. Es en este fin de periodo madurativo en el que la cultura se cuela en la programación genética única de la persona y le define como ser eminentemente social.

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Es un varón.

Ser varón significa muchas cosas… por el mero hecho de que en un momento de la gestación se castre un alelo que potencialmente podía haber seguido su desarrollo hacia un cromosoma X, pero que por la acción de determinados genes se manifestó como Y, masculino, podemos decir que existe un pequeño hombrecito creciendo dentro de la tripa de mamá a las dieciséis semanas de gestación. En esencia, cuando el bebé sale del cuerpo de su madre lo primero que se mira es la entrepierna del chiquitín en busca de su atributo definitorio, a mucho antes del nombre… Es un varón.

La etiqueta está puesta y, como un corazón tallado a navaja en la corteza del árbol, se irá desarrollando y amoldando al paso del tiempo en círculos concéntricos de crecimiento troquelado por el afilado diagnóstico.

Sí, ser varón significa que el llanto es prueba de debilidad porque no se soporta el dolor. Porque sólo se llora por dolor. La expresión emocional básica queda así empobrecida y dirigida a la consecución de objetivos.

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Hay dos grandes motivadores universales, el placer y el dolor… Universales porque se dan en todo ser vivo conocido. Desde una ameba hasta una planta, desde un hámster a un ser humano, todos los seres tienen una tendencia natural a buscar el placer y a evitar un dolor.

Placer y dolor son, muchas veces, las caras opuestas de la misma moneda, ya que, por un lado,  el dolor producido por la necesidad desaparece cuando el placer de satisfacer la necesidad llega finalmente; pero por otro lado el placer cuando cesa, o cuando aunque se esté disfrutando se anticipa que puede finalizar, da paso al dolor asociado a la pérdida.

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El Ministerio de Justicia ha abierto un Registro de Mediadores en el que se encuentran inscritos los profesionales debidamente acreditados y con la experiencia suficiente para llevar a cabo un proceso de mediación con garantías.

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Este trastorno, aunque también sucede entre los hombres, es bastante común entre las mujeres. En realidad, en todas las mujeres existe la capacidad fisiológica para el orgasmo. El orgasmo es una respuesta que no nace espontáneamente, sino que se aprende, y, como todo aprendizaje, depende de la habilidad y de la constancia de la persona que se aprenda mejor o peor. La anorgasmia en sentido estricto es la incapacidad para disfrutar de un orgasmo, aunque en sentido laxo es la falta de resolución en orgasmo de una relación sexual por la mera penetración, por la fricción del pene con la vagina interna. Partiendo de estas dos definiciones tendríamos, pues, dos tipos de anorgasmia.

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