La “perversa” caja de resonancia de la ansiedad
Funciona como el efecto dominó… una ficha es derribada y derriba la siguiente en un movimiento continuo. Comienza con una percepción, con una emoción o con un pensamiento, y a partir de ahí empieza esta caja de resonancia.
La ansiedad es una respuesta conjunta del pensamiento, el cuerpo y la conducta ante un estímulo que es evaluado como peligroso… esta es la definición académica, pero ahora hago referencia a un estado de hipervigilancia y de detección de posibles anomalías que nos alejan de la tranquilidad, de la homeostasis.
Cuando la mente se da cuenta de que algo no va como debería de ir, empieza a evaluar la situación y a “ocuparse” de ponerle fin restaurando el orden. Ahora bien, no siempre la aparición de un estímulo inusual es signo de que algo no va bien, y no siempre tenemos el mismo umbral perceptivo para detectar ciertos estímulos.
La ansiedad hace que este sistema perceptivo tenga un umbral mucho más bajo, percibimos más porque nos interesa enterarnos de cuanto más mejor relacionado con lo que nos amenaza. Esto nos deja con un sistema perceptivo muy sensible, al que si unimos una “ocupación” ineficaz nos dará una caja de resonancia que puede traer efectos demoledores.
En muchas situaciones el estímulo que nos moviliza queda fuera de nuestro campo de operaciones, bien porque es un pensamiento de algún otro momento temporal al presente (un recuerdo doloroso o la anticipación de algo negativo), o porque nuestra acción o inacción no produce alivio alguno (una sensación corporal o una noticia sobre un hecho lejano). Si no nos ocupamos eficazmente de poner fin a esta situación emocional no deseada inevitablemente pondremos en práctica la caja de resonancia.
La caja de resonancia consiste en un mecanismo que amplifica el estímulo para una mejor percepción, sobre todo focalizando la atención y los recursos de la persona en el “problema”.
Así, cuando alguien se extraña de su propia conducta, por ejemplo, por haber gritado a un ser querido a quien quiere y respeta, puede verse abocado a una evaluación negativa de sí misma, algo que creará un estado de desequilibrio que su mente intentará compensar. Si reevalúa su conducta y la amplifica se supone que podrá restaurar el estado anterior. Esto llevaría en este caso a la culpa y la angustia, que muy probablemente en nada ayudaría a la solución de la situación creada con la otra persona. La evaluación interna lejos de acercarnos a solucionar el problema nos alejaría de dicha solución.
En otra situación, a nivel fisiológico, supongamos que sentimos una palpitación en el pecho, algo raro, una arritmia… En caso de que nuestro sistema evaluador caiga en caja de resonancia inevitablemente empezaremos a temer que se trate de algo peligroso para nuestra salud, con lo que ampliaremos un poco más la resonancia para detectar más claramente los síntomas, que hará que nuestra ansiedad aumente y con ello las manifestaciones físicas que detectamos y que catalogamos como predictoras de que algo no anda como debería. Este círculo vicioso puede acabar emulando una angina de pecho casi a la perfección.
Por último, a nivel de pensamiento, si alguien piensa que debería estar charlando con su pareja mientras ven una película tranquilamente en el salón, aunque sigue en su lado del sofá en silencio, puede empezar a “resonar”. Así, del interés por una película pasaríamos a un desinterés por la pareja, lo que inevitablemente lanzará la ansiedad a un nivel importante al alejarse de la situación real comenzando a preguntarse por la idoneidad o no de continuar en una relación en la que no se siente tan involucrado como para anteponerla a una película. La mente, siempre a nuestro servicio, buscará otros ejemplos que avalen nuestro reciente descubrimiento y la cuña del desamor puede haber sido clavada desde una simple caricia.
Esta perversa caja de resonancia tenía una utilidad cuando la vida era más directa y sencilla, cuando tras una discusión había una disculpa, cuando el dolor era el único indicativo de que algo no iba como debería o cuando podíamos hablar con nuestras parejas sin sentir que la relación podía acabarse de la noche a la mañana sin mayor complicación.
… cuando teníamos confianza en que todo era como debía ser.