Albert Ellis, el Príncipe de la Razón
Albert Ellis irradia una fuerza considerable, tanto personal como profesionalmente. Famoso tanto por su lenguaje colorista y sus opiniones radicales, como por sus innovaciones en psicoterapia, Ellis desarrolló lo que hoy se llama terapia racional emotivo conductual (TREC) a mediados de los años cincuenta. Esta terapia innovadora se basa en un postulado filosófico principal: la mayor parte de nuestros problemas de conducta y emocionales –desde superar una ruptura hasta asumir un abuso infantil– surgen de nuestras propias creencias irracionales sobre las situaciones y sobre cómo deberíamos ser tratados. De un modo rápido y potente, la TREC ayuda a reemplazar tales creencias irracionales por otras racionales. Si tenemos en cuenta que estas técnicas hoy se han convertido en nucleares, podemos decir sin temor a equivocarnos que ningún otro individuo –ni siquiera el mismo Freud– ha tenido mayor impacto en la psicoterapia moderna. A sus ochenta y siete años Ellis sigue impartiendo conferencias, escribiendo y recibe a más de setenta clientes a la semana. Su fuerza entusiasta y su vigor parecen imparables.
ROBERT EPSTEIN: Muchas personas le consideran como una persona muy poco habitual, una especie de institución. ¿Está de acuerdo?
ALBERT ELLIS: Sí, si me comparan con la mayoría de los terapeutas y probablemente con la población en general, porque normalmente digo las cosas como son. No me importa demasiado lo que la gente piense de mí por así decirlo. Esto es algo poco habitual porque el mundo está compuesto fundamentalmente por palurdos del amor que necesitan de la aprobación de otras personas. La mayoría de las personas no vive su propia vida demasiado bien.
RE: ¿Desde cuándo manifiesta lo que le dicta su criterio?
AE: Desde hace mucho tiempo. Me licencié en administración de empresas en la universidad pero mi pasión era la filosofía, y leí a todos los filósofos. A los dieciséis años empecé a llevar un diario en el que escribía mis desacuerdos con filósofos famosos.
RE: ¿Puede interpretarse esto como una especie de arrogancia?
AE: Sí, pero no insistía en que ellos estaban equivocados mientras yo llevaba razón, y que por tanto era yo el que tenía que prevalecer. Simplemente estaba de acuerdo y en desacuerdo con ellos. Creía que había un alto grado de probabilidad de que yo tuviera razón y de que algunos otros pensadores estuvieran equivocados. Pero no estaba seguro de ello.
RE: ¿Alguna vez se ha metido en algún problema por el hecho de decir lo que piensa?
AE: Sí, muchas veces. Por ejemplo: una vez escribí un libro con un psiquiatra, pero yo hice prácticamente todo el trabajo. Era un estudio sobre la agresión sexual en el sistema del Estado de Nueva Jersey, donde era jefe de psicología. Fui a publicarlo y puse su nombre en segundo lugar –sigo preguntándome si ni siquiera se merecía este honor–, se enfadó y se quejó al famoso Sandford Bates, que por aquel entonces era director del Departamento de Recursos Humanos. Bates dijo que yo debía poner el nombre del psiquiatra en primer lugar. Me mantuve firme en mi decisión y prácticamente me echaron a patadas del Estado de Nueva Jersey. Acabé abandonando y yéndome a la práctica privada en el año 1952.
RE: ¿Cómo le afectó aquello?
AE: Sentí que yo llevaba la razón y que ellos no, pero no estaba enfadado, incluso siendo consciente de lo injusto del proceso. Se inventaron acusaciones como, por ejemplo, que vivía en Nueva York y no debería tener autorización para trabajar en el Estado de Nueva Jersey. Yo señalé que la mitad de las personas que trabajaban para el Estado vivían en Philadelphia. A pesar de ello no recuerdo que estuviera terriblemente enfadado con ellos, sólo pensaba que se comportaban injustamente.
RE: De todas formas pagó el precio por su atrevimiento. ¿Es esa la razón por la que la mayoría de las personas no dicen lo que piensan?
AE: Sí, y no recomiendo que la gente diga lo que piensa a sus jefes o a alguien que está directamente por encima de ellos. Necesitas saber cuándo decir lo que piensas y cuál va a ser tu castigo por hacerlo. A veces vale la pena, pero muy a menudo no.
RE: Inicialmente usted recibió adiestramiento en terapia de tradición rogeriana, que es completamente no directiva. Entonces saltó al psicoanálisis Freudiano. ¿Cuándo acabó de desarrollar su propia técnica directiva?
AE: Fui adiestrado en terapia rogeriana en la Universidad de Columbia, pero no me convenció, así que nunca la practiqué. Había utilizado terapia ecléctica y terapia conductual en mí mismo cuando tenía diecinueve años para superar el miedo a hablar en público y mi terror a acercarme a mujeres jóvenes en lugares públicos. También utilicé otras formas de terapia en mí mismo, así que estaba familiarizado con ellas y empecé a practicarlas con los clientes. Pero creía estúpidamente que el psicoanálisis freudiano era más profundo e intenso que otras formas más directivas de terapia, así que me formé en él y lo practiqué. Entonces encontré que su intensidad se diseminaba entre todas las cosas irrelevantes que se pueda imaginar –y además no funcionaba–. Las personas tenían revelaciones sobre lo que les estaba perjudicando, pero difícilmente hacían una maldita cosa para cambiar. Freud tenía un gen para la ineficacia, pero yo creo que tengo un gen para la eficacia. Si no hubiera sido terapeuta habría sido un experto en eficacia.
RE: Los terapeutas freudianos escuchan mucho y persuaden muy poco.
AE: Así es, y esa fue una de las razones por las que en ese momento dejé de ser analista. Tenías que ser demasiado pasivo y no hablar, y no podías entregar tareas para casa a los pacientes. Mientras fui analista escribí varios artículos criticando el psicoanálisis, pero los analistas no escuchaban mis objeciones. Así que finalmente dije adiós al psicoanálisis tras practicarlo durante seis años.
RE: Ese desplazamiento se realizó, si no recuerdo mal, sobre el año 1955. En algún momento de este periodo de tránsito empezó a centrarse en una idea muy crítica, la de que muchos de nuestros problemas se encuentran enraizados en ideas irracionales. ¿Cómo emergió esa idea?
AE: Cuando empecé a estar desilusionado con el psicoanálisis releí filosofía y recordé la idea constructivista que propuso Epícteto hace dos mil años: «Las personas no son perturbadas por los sucesos que les ocurren, sino por la visión que tienen de ellos». Podía ver cómo eso se podía aplicar a muchos de mis clientes. Uno era un hombre muy tímido cuyo padre, a los cuatro años de edad, le había sacado de casa y le había hecho disparar a pájaros y otros animales con una gran escopeta. Realmente se detestaba en muchos aspectos. Cuando le enseñé que tenía pensamientos irracionales subyacentes que le llevaban a sentimientos negativos sobre si mismo, lo negaba, y también negaba que odiara a su padre. Pero una vez que probé, y probé, y sugerí que era lo que él se decía a si mismo lo que le trastornaba, finalmente admitió: «Maldita sea. Realmente le odio mucho. Podría matarle ahora mismo porque no debería haber hecho lo que hizo cuando yo era un niño tan pequeño, convirtiéndome en alguien tan temeroso de las personas y de las cosas.» Vi –y él también lo vio- que no era sólo la conducta de su padre, lo que yo llamo «adversidad», lo que le convirtió en una persona enfadada e insegura. También su «sistema de creencias» –lo que se dijo a sí mismo acerca de la adversidad.
RE: ¿En qué estado finalizó su terapia?
AE: No superó completamente su timidez, pero se dio cuenta de que su padre tenía sus propios problemas, y que éstos eran graves. Era capaz de aceptar que aunque no le gustaba su padre podía llevarse bien con él. También tuve muchos casos de sexualidad y amor en los que las personas estaban completamente hundidas cuando alguien de quien estaban compulsivamente enamorados no les correspondía. Se estaban matando a sí mismos con ansiedad y depresión. Se estaban diciendo a sí mismos, «Tengo que ser completamente amado por la persona que amo o no soy bueno como persona». Empecé a señalar sus demandas irracionales y a discutir sus «debo de» y sus «tengo que», y algunos de ellos mejoraron significativamente bastante rápido.
RE: ¿Qué es una creencia irracional y cómo puede interferir en nuestro funcionamiento normal?
AE: Si algo es irracional eso significa que no funcionará. Normalmente es poco realista. Las personas sienten terror de otras personas o de proyectos difíciles porque se dicen a sí mismos que podrían fracasar o ser rechazadas. El fracaso puede llevar a la pena, al remordimiento, a la frustración y a la irritación. –todos ellos sentimientos negativos y sanos, sin los cuales las personas no podrían existir–. Pero cuando añaden: «Debo absolutamente tener éxito y debo ser amado por las personas que para mí son importantes, y si no lo consigo es algo terrible y no soy bueno como persona», estas son creencias irracionales. Mientras que las personas las mantengan se sentirán aterrados por la vida y se vendrán abajo cuando sean rechazados.
RE: Así que hay un cierto nivel de creencia que no es dañina.
AE: Sí, es como cuando decimos que algo con lo que tropezamos es malo, que no nos gusta.
RE: Entonces las personas añaden otro nivel de creencia –el nivel del «deber»– que es dañino. La creencia racional es la que está más cerca de los hechos, y la creencia irracional incluye imperativos como «debo», «tengo que» y «debería».
AE: Así es. Las creencias racionales nos acercan mucho a conseguir buenos resultados en el mundo real.
RE: El psicoanálisis puede tardar décadas, pero usted es conocido por producir cambios rápidamente. ¿Cómo ha conseguido esto?
AE: Mi terapia racional emotiva conductual (TREC) fue una de las pocas terapias que fue creada en parte, o en gran parte, con el propósito de que fuera breve y eficiente. Y por eso desde el principio fue activa y directiva. Intenté enseñar a las personas el componente central masturbatorio de su filosofía y ponerles a trabajar en cambiarla cognitiva, emocional y conductualmente.
RE: ¿Cómo se desarrolló la TREC?
AE: Empecé a llamarme «terapeuta racional» en enero del año 1955; más tarde usé el término «racional emotivo». Ahora me llamo «terapeuta racional emotivo conductual», pero desde el principio siempre incluí técnicas filosóficas junto con otras técnicas experienciales, emocionales y conductuales. Al principio sólo yo practicaba TREC, más tarde se la enseñé a unos pocos amigos que eran psicoterapeutas, y fue entonces, en el año 1956, cuando empecé a enseñárselo a otros. En el año 1959 compré una gran grabadora de cintas marca Ampex, que utilizaba con mis clientes, y empecé a mandar muestras a otros terapeutas. Ese año también creé el Instituto para una Vida Racional, que se convirtió más tarde en el Instituto para la Terapia Racional Emotiva y luego en el Instituto Albert Ellis, que entrena terapeutas y les dota de acreditaciones en la TREC.
RE: ¿Cómo reaccionó el resto de la profesión a la TREC?
AE: Fui condenado al ostracismo por la mayoría de las orientaciones psicológicas, psiquiátricas y sociales. Los terapeutas decían que la TREC era superficial. Que no funcionaría. Erróneamente decían que no había aspectos de «sentimiento». Algunos decían que no era conductual, aunque era muy conductual. Los críticos decían todo tipo de cosas sobre ella, con este propósito esgrimían razones filosóficas y de todo tipo. Pero en esencia decían que no funcionaría.
RE: ¿Quiénes eran los críticos que metían más ruido?
AE: Uno era Fritz Peris. Si coincidíamos en algún simposium, en cualquier momento podía objetar: «Me aburro. Es demasiado racional. No tiene sentimiento». Muchos psicoanalistas rehusaron dejarme intervenir en sus encuentros. Se mostraban extraordinariamente firmes en este aspecto porque yo había sido previamente un analista, y su gran enojo venía porque salí volando del gallinero. Prácticamente todo terapeuta de cualquier otra orientación estaba en contra de la TREC.
RE: Usted y los miles de terapeutas a los que ha entrenado e influenciado han utilizado la TREC con, posiblemente, millones de personas. ¿Qué evidencias tiene de que funciona?
AE: En mi primer escrito de lo que hoy llamamos TREC desarrollé once creencias irracionales comunes. Después añadí treinta o cuarenta creencias irracionales más. Al iniciarse los años sesenta, muchos estudios mostraban que cuando las personas mantienen lo que nosotros llamamos creencias irracionales están significativamente más perturbadas que cuando no las mantienen, y cuanto más firmemente las mantienen, más perturbados tienden a ser. Empezamos a realizar estudios de resultados y después Aaron Beck y Donald Meichenbaum continuaron en esta línea, y hoy hay probablemente dos mil estudios o más sobre la efectividad de la terapia cognitivo conductual que yo creé. Los estudios tienden a mostrar que cuando las personas cambian sus creencias irracionales en preferencias flexibles no dogmáticas reducen su sintomatología.
RE: ¿Hay algún tipo de población con la que esta técnica sea menos efectiva?
AE: La psicótica, naturalmente. No piensan correctamente. También los trastornos graves de personalidad necesitan mucho más tiempo de tratamiento que las personas neuróticas.
RE: ¿Su técnica funciona mejor con hombres que con mujeres?
AE: No hay evidencia, en modo alguno, de que los hombres sean más racionales que las mujeres, o de que los hombres sean más propensos a renunciar a sus creencias irracionales. Ambos sexos parecen ser igualmente irracionales y sacan igual beneficio de la TREC y de la terapia cognitiva conductual.
RE: Un chiste clásico es el siguiente: Una cliente le dice a Carl Rogers –la quinta esencia del terapeuta no directivo– que le apetece suicidarse. Rogers responde: «Te apetece suicidarte». Ella replica: «Sí, me apetece tirarme por la ventana», y Rogers responde: «Te apetece tirarte por la ventana». Ella camina hacia la ventana y Rogers la sigue. Ella salta, y Rogers se asoma a la ventana y dice: «Plop». ¿Podría pasar esto con su aproximación terapéutica?
AE: No, porque inmediatamente le diríamos: «¿Qué se está diciendo a usted misma que hace que quiera suicidarse? Usted ha construido su depresión durante mucho tiempo, no le ha venido dada, por eso usted puede deshacerla. ¿Qué cree que se está diciendo a usted misma para llegar a este extremo?». Conseguiríamos que la cliente admitiera cosas como: «No me gusta mi vida», y entonces diríamos: «Sí, pero eso no le induciría a cometer suicidio. ¿Qué más se está usted diciendo a usted misma. Y es entonces cuando la cliente diría cosas como: «No debería ser así. Es terrible que haya fracasado. No soy buena». Es entonces cuando escuchamos los «debe», «tiene que» y «debería», y entonces convencemos a la cliente para que abandone esas demandas irracionales. Nuestro eslogan es: «No me «deberé a mi mismo hoy».
RE: La posición de Rogers y la suya parecen estar a kilómetros de distancia.
AE: Sí, aunque también son similares en un aspecto. Ambos tenemos la idea –que creo que los dos la sacamos del libro de Paul Tillich, El Coraje de Ser– de que los humanos pueden siempre aceptarse a sí mismos incondicionalmente. Pero Rogers pensó que podía hacer que las personas se aceptaran a sí mismas simplemente escuchándolas y siendo agradable con ellas; yo no creo que eso sea suficiente. Creo que nueve de cada diez personas que pasan por terapia rogeriana concluyen equivocadamente que: «Estoy bien porque mi terapeuta me aprueba». Pero eso es amor condicional. Yo consigo que la gente se acepte verdaderamente, sin condiciones, aunque le quiera o no le quiera el terapeuta o cualquier otro. «Cuando lo hago bien y soy amado por otros significativos para mí, entonces estoy bien». Rogers debía haberse opuesto a eso como un modo de terminar una terapia, pero no tenía una buena técnica para enseñar a la gente cómo ir más allá. En la TREC les damos a los clientes aceptación incondicional, pero también les enseñamos cómo dársela ellos mismos.
RE: Muchas organizaciones profesionales están advirtiendo a los terapeutas que si son muy directivos pueden, sin darse cuenta, implantar falsos recuerdos en sus clientes. ¿Le preocupa esto?
AE: Con todas las técnicas directivas –incluida la enseñanza en las aulas– el profesor o el terapeuta puede enseñar a los alumnos o clientes creencias erróneas que pueden ser dañinas para ellos. Esa es su responsabilidad.
RE: Intentaré ser más concreto. Un hombre viene y le dice: «Desde hace algo de tiempo me siento fatal, y creo que es porque cuando era un niño fui abusado».¿Cómo reaccionaría usted?
AE: Asumimos lo peor como hipótesis normalmente. Supongamos que alguien ha abusado de ti sexualmente. Todavía tienes una elección –aunque no sea buena– sobre lo que te dices acerca del abuso. Dado que aún estás molesto por el abuso, probablemente te dices a ti mismo dos cosas sobre ello. Primero dices cosas como: «No me gusta. Me gustaría que nunca hubiera pasado. Qué injusticia». Eso te hace sentir pena y arrepentimiento, lo que está bien. Pero también, con toda probabilidad, te dijiste que el abuso debió no existir. De niño estabas perturbado por ambas cosas; por la adversidad que experimentaste y por lo que te dijiste a ti mismo sobre esa adversidad. Si la adversidad por sí sola causara la perturbación, entonces toda persona que experimentara esa adversidad debería evolucionar por igual, pero sabemos que no lo hacen. Así que enseñamos a la gente que se perturbó entonces y que siguen haciéndolo hoy. No podemos cambiar el pasado, así que cambiamos cómo las personas piensan, sienten y se comportan hoy.
RE: Asumiendo que el abuso ocurrió realmente, ¿No existe el peligro de que pueda inadvertidamente implantar un recuerdo?
AE: No, porque después de enseñar a la persona que es responsable parcialmente de su malestar, entonces decimos: «Ahora que no estás demasiado perturbado por aquello, ¿Cuáles fueron los detalles? ¿Sucedió realmente?»
RE: Así que usted básicamente ayuda a las personas a protegerse del peor de los casos.
AE: Correcto. Eso es lo que nosotros llamamos «solución elegante». Puedes decir que tu mujer es asquerosa y mala y que te echa la culpa de todo. Lo que dices te pone iracundo. Asumiremos que ella realmente se comporta de este modo y te enseñaremos a dejar de estar iracundo. Entonces podrás decidir si ella es realmente tan mala.
RE: ¿Cuál es su edad?
AE: Mañana cumplo ochenta y siete años.
RE: ¿Y cuántos clientes recibe usted?
AE: Cuando estoy en Nueva York recibo sobre cuarenta clientes individualmente, y también tengo cuatro grupos con ocho personas cada uno. Así que veo aproximadamente setenta clientes o más cada semana.
RE: ¿Ha reducido su actividad a lo largo de los años?
AE: Sí, por las organizaciones para el mantenimiento de la salud (HMOs). En los viejos tiempos solía tener más referentes, porque la gente tenía seguros que corrían con los gastos de la terapia. Ahora formamos parte de HMOs, y sólo podemos estar afiliados a unas pocas HMOs. Por otro lado, la terapia cognitiva, la terapia cognitivo conductual y la terapia racional emotivo conductual son mucho más populares entre la gente de lo que fueron nunca. Así que lo comido por lo servido.
RE: ¿Cuánto cuesta llevar una terapia con Albert Ellis?
AE: Somos una organización sin ánimo de lucro, y normalmente cuesta cien dólares la hora por una terapia individual. Participar en un grupo cuesta ciento veinte dólares al mes.
RE: Ese parece ser un valor añadido, considerando que algunos de mis amigos terapeutas le consideran el más grande terapeuta vivo del mundo. ¿Lo es?
AE: Bueno, en términos de la efectividad personal con los clientes creo que soy realmente uno de los más efectivos terapeutas practicando TREC o terapia cognitivo conductual. Sobre si soy el mejor del mundo, eso podría ciertamente ser cuestionable con tantos terapeutas como existen.
RE: ¿Cree que la tradición freudiana morirá algún día?
AE: Nunca morirá completamente porque tiene algunos puntos buenos. Por ejemplo, las personas tienen motivos y pensamientos de los que no se dan cuenta. La mayoría de la terapia cognitiva ha adoptado una idea parecida. Por otro lado, la parte relacional del psicoanálisis –en la que tienes que tener una relación profunda y emocional con el cliente– creo que se va a llevar una patada en toda la boca un día de estos. Acabo de tener un cliente esta semana que vino tras diez años de terapia freudiana. Está enamorado de su analista y ella está de algún modo enamorada de él, aunque nunca se le llevará a la cama. No hay duda de que ella ha puesto de su parte este intenso enredo personal.
RE: Los freudianos llaman a esto transferencia y contratransferencia, desde luego. ¿Sucede esto también en la TREC?
AE: Claro que sí, y recientemente escribí un artículo sobre ello. En una situación yo estaba yendo demasiado indolentemente con una cliente, ella era muy brillante y atractiva. No indagué sobre su falta de tolerancia a la frustración, algo que habría hecho con otra cliente o cliente masculino. Ella me redirigió hacia la tarea, y tenía razón. Estaba demasiado quedado con ella. Pero suelo controlar eso para evitar que interfiera en la terapia.
RE: ¿Está usted casado? ¿Tiene hijos?
AE: Vivo «en pecado» con la directora ejecutiva de nuestro instituto desde hace treinta y cinco años, antes viví dos breves matrimonios.
RE: ¿Tiene hijos?
AE: Ninguno, que yo sepa.
RE: ¿Algún arrepentimiento por ello?
AE: Me habría gustado hasta cierto punto tener hijos, pero francamente no tengo tiempo para llevar a los chicos al maldito partido de béisbol. Así que habría tenido más desventajas que ventajas con tenerlos.
RE: ¿Cree que es irracional que la gente diga: «no quiero mantener una relación sentimental»?
AE: Puede ser racional o irracional. Es irracional cuando es una defensa porque realmente les asusta el rechazo. Pero pueden decidir racionalmente que las relaciones prolongadas conllevan demasiado tiempo y esfuerzo y que preferirían mucho más dedicarse a otro tipo de cosas. La mayor parte de la gente teme el rechazo.
RE: Usted parece ser imperturbable. ¿Hay algo que yo pudiera decir que le perturbara?
AE: Lo dudo. El caso es que, como resultado de mi filosofía, ni siquiera me perturbé con Hitler. Deseaba ir a la guerra para derribarle; pero no le odiaba. Odiaba lo que estaba haciendo.
RE: Su filosofía no es sólo algo que usted enseñe, sino algo con lo que vive.
AE: Eso espero.
RE: Es usted una persona inusualmente prolífica.
AE: Muy pocas personas han escrito más de sesenta libros y setecientos escritos –he perdido la cuenta.
RE: ¿Es usted también feliz?
AE: Oh sí, soy muy feliz. Me gusta mi mundo y me gustan sus diversos aspectos –viajar alrededor del mundo, enseñar el evangelio según San Albert–. Me gusta eso y ver clientes, hacer terapia de grupo, escribir libros.
RE: Ahora vayamos a la pregunta clave: ¿Es usted productivo, feliz y con éxito gracias a su filosofía?
AE: Hasta cierto punto sí, porque la mayoría de la gente se habría rendido al enfrentarse al criticismo que recibí durante años. Soy uno de los psicólogos más amados de los Estados Unidos, pero también soy probablemente el más odiado, ahora que Fred Skinner ha muerto. Incluso realicé un escrito años atrás mostrando por qué éramos ambos tan productivos –era porque a ambos no nos importaba una mierda lo que otras personas pensaran sobre nosotros–. Así que, sin preocuparme demasiado sobre lo que los demás piensan, soy capaz de pensar por mí mismo y propagar ideas que son muy a menudo impopulares, y tengo éxito con ellas porque, de nuevo, no me importa demasiado lo que piensen los demás.
RE: ¿La gente podría acusarle de que cuando un cliente atraviesa su proceso terapéutico y sale sintiéndose bien y funcionando mejor, él o ella se ha convertido en un clon cognitivo de Albert Ellis?
AE: Si lo hicieran estaríamos en contra de ello. Enseñamos a las personas a ser flexibles, científicos y lógicos en su pensamiento y, por ello, a ser menos proclives al lavado de cerebro por parte del terapeuta.
RE: ¿A qué se parecería el mundo si todas las personas que viven en él pensaran como Albert Ellis?
AE: Cielos, creo que sería mucho mejor. Las personas estarían muy liberadas de la neurosis. Serían mucho más creativas e intentarían todo tipo de cosas en las que pudieran fallar y por las que pudieran ser rechazadas por los otros al fracasar. Harían las cosas sólo porque les gusta hacerlas.
RE: ¿A qué se parecerían las relaciones?
AE: Las personas tendrían autoaceptación incondicional. Siempre se aceptarían a sí mismas sin importarles a quién no les gustan o lo que hicieron mal. También tendrían aceptación incondicional de los otros. Siempre aceptarían a los otros, aunque no necesariamente lo que los otros hacen, lo que significa que serían menos prejuiciosos y conflictivos. También tendrían mayor tolerancia a la frustración al enfrentarse a las adversidades.
RE: ¿Seguiría existiendo el divorcio?
AE: Sí. La aceptación no es amor. Amas a una persona porque él o ella tiene rasgos dignos de ser amados, pero aceptas a todo el mundo porque están vivos y son humanos.
RE: ¿A qué se parecería la psicología?
AE: Creo que el futuro de la psicoterapia y de la psicología está en el sistema escolar. Necesitamos enseñar a cada niño y niña a que rara vez se perturbe seriamente, y a cómo superar la perturbación cuando ésta ocurra. En ese sentido la psicoterapia pertenece a las escuelas.
RE: ¿Qué se ve haciendo los próximos años?
AE: Me veo a mí mismo continuando prácticamente con lo que estoy haciendo, mientras que sea capaz. Me estoy volviendo más frágil. Tengo artritis en los pulgares y no puedo caminar tan bien como antes. Podría tener que restringir mis actividades, pero si así fuera, simplemente dedicaría más tiempo al Instituto –dar más talleres aquí que viajando alrededor del mundo. Y espero morir con las botas puestas.
RE: ¿Tiene algún remordimiento?
AE: Me arrepiento de haber estado demasiado ocupado con el trabajo clínico y no haber sido capaz de dedicar el tiempo suficiente a experimentos y estudios de resultados. Afortunadamente, Beck, Meichenbaum y otros clínicos han trabajado en ello. Pero teóricamente –y especialmente habiendo sido miembro de la comunidad académica–, podría haber llevado a cabo otros experimentos que aún no han sido realizados.
RE: ¿Cómo quiere que le recuerden?
AE: Querría ser recordado como uno de los individuos que fundó, ideológica y prácticamente, la terapia cognitivo conductual y que fue pionero en la terapia multimodal o integrada.
RE: ¿Algunos pensamientos finales?
AE: La personas no se perturban simplemente. Contribuyen a su perturbación. Siempre tienen el poder de pensar sobre su pensamiento, y de pensar sobre el pensamiento de su pensamiento, algo que el maldito delfín, por lo que sabemos, no puede hacer. Es por ello que tienen una mucha mayor capacidad de cambiarse a sí mismos de la que tiene cualquier otro animal, y espero que la TREC los enseñe cómo hacerlo.
RE: Así que hay esperanza para la humanidad?
AE: Sí. Creo que hay una clara esperanza. Pero hay tres «debos» que nos frenan: «Debo hacerlo bien. Debes tratarme bien. Y el mundo debe ser fácil». Y a veces pienso que mientras mantengamos el segundo «debo» –que es aprendido socialmente– unos tocapelotas dentro de cien años van a crear bombas atómicas en su bañera y probablemente aniquilarán a toda la especie humana porque demandan que el resto del mundo esté de acuerdo con sus dogmas. Cuando no estemos de acuerdo, pueden exterminarnos. Así que deberíamos trabajar duro para deshacernos de ese segundo «debo» –»¡Los demás deben hacer lo que yo quiero que hagan!»–. Esto es lo que hace que la gente sea hostil, mezquina, mala y conflictiva, y nos lleva a los odios, a las guerras y al genocidio. Deberíamos hacer algo al respecto.
Entrevista realizada por Robert Epstein a Albert Ellis en febrero de 2001
Texto original en inglés en: http://cms.psychologytoday.com/articles/pto-20010101-000035.html
Traducción de Raúl Padilla.
In memoriam Albert Ellis (Pittsburgh, 1913 – Manhattan, 2007)