Hogares y parejas
Llevamos a una relación de pareja el cúmulo de relaciones que hemos ido construyendo durante toda nuestra vida.
El ser humano como ente individual acaba de formarse fuera del útero materno, a diferencia de otras especies de mamíferos superiores, debido a que no nace lo suficientemente maduro como animal como para tener un mínimo de independencia. Es en este fin de periodo madurativo en el que la cultura se cuela en la programación genética única de la persona y le define como ser eminentemente social.
Desde el principio nos hemos ido enculturizando en una micro-sociedad que sentará las bases de nuestras relaciones con el medio. Esa sociedad es la familia, con sus reglas, mitos y tabúes. Allí se define lo que «debe ser», y lo que «no debe ser», se ponen los límites entre el bien y el mal, y sobre todo se perfila la naturaleza del bien y del mal, algo que indefectiblemente afectará a cómo se vivan las relaciones de pareja en un futuro.
Cuando una pareja se forma cada uno de sus miembros busca en el otro cosas preciosas que se sumen a la felicidad que sienten por el mero hecho de haber encontrado con quien compartirse. Esta felicidad encontrada, este enamoramiento es el responsable de los periodos fusionales y de las previsiones de futuro de cada miembro, además de cuáles deberían ser las características definitorias de esa vida en pareja.
La vida en pareja, entonces, se convierte realmente en tres vidas, y dependerá de lo ajustado y de lo articulado de estas tres vidas que el pronóstico de salud para la pareja sea más o menos halagüeño. Por un lado tenemos las reglas de cada una de las casas de procedencia de los miembros, a lo que me refería antes… las casas origen, a lo que “se ha mamado”, y por otro lado tenemos la vida en pareja articulada y artificialmente creada por ellos, por los amantes que crearon un proyecto en común.
Topográficamente, atendiendo a criterios simplemente del espacio físico que ocupan, la articulación de una pareja también queda definida por dónde se establece… en la casa originariamente de alguno de sus miembros o en un domicilio en el que ambos entran de nuevas y ninguno debe ceder espacio al otro, porque ambos se situarán físicamente a la vez… No es lo mismo y la relación queda troquelada y definida por un factor ajeno a sus miembros. Son detalles que si se integran favorecen una vida armoniosa, pero si quedan flecos pueden traer consecuencias negativas para la salud del proyecto común.
El hogar parte de la individualidad y se construye en comunidad, pero en el individuo pesa tanto su origen como su proyección, de este modo es algo fundamental no sólo saber hacia dónde queremos ir, sino también de dónde venimos, para así construir previendo el sesgo de fábrica que llevamos en nuestra mochila de experiencias.
Construir sobre cimientos sanos conociendo la materia prima de la que se nutre la pareja, las personas que la componen, no garantiza toda una vida en común llena de dicha y la imagen de dos abuelitos viendo cómo juegan sus nietos mientras, a escondidas “hacen manitas”; pero obviar estos hechos casi garantiza la aparición de conflictos a medio plazo que pueden desgastar la pareja y ponerla en peligro.