Reinventarse a los cuarenta
De repente un día dejan de funcionar las reglas que nos servían, nos sentimos divididos y extraños de nosotros mismos, frágiles y perdidos.
Tenemos, por un lado, la inercia vital que nos ha llevado a donde nos encontramos y nuestra vida tiene sentido porque la vivimos intensamente. Somos jóvenes rondando la cuarentena, tenemos éxito y llevamos la vida que ya elegimos en su momento… pero, por otro lado, hoy nos plantamos delante de dudas que no nos habíamos planteado hasta ahora.
Si miramos nuestro alrededor encontramos que muchos compañeros de universidad, de trabajo, hermanos, primos y demás allegados llevan una vida distinta a la nuestra, que se han casado, tienen hijos, una hipoteca a medio pagar, una vida organizada…
Nos comparamos con ellos y ya no nos parece que salgamos tan bien parados. Cuando hablamos de una circunstancia vital personal que no encaja con lo que se supone que debería ser la de nuestra edad comenzamos a ser víctimas del «efecto ¿Y eso?»».
– No tengo pareja estable…
– ¿Y eso?
O no ya tanto de una circunstancia personal sino de nuestra pareja.
– No tenemos hijos…
– ¿Y eso?
El «efecto ¿Y eso?» inevitablemente hace que nos salte la alarma de que nadamos a contracorriente, que desafiamos el mainstream, lo que se supone que debemos ser/sentir/querer porque todo el mundo lo hace sin demasiadas justificaciones.
Sentimos que nos estamos perdiendo algo que ni siquiera sabíamos que queríamos. Es algo parecido a la necesidad de comprar dos artículos para que nos regalen un tercero cuando realmente sólo necesitábamos uno. Se convierte en una necesidad creada, pero no por ello menos real.
El caldo de cultivo para el cambio paradigmático está ahí y sólo es necesario un soplo de aire para que se desmorone el castillo de naipes que, en esencia, es la estabilidad de la vida humana.
La crisis es inevitable y el requisito imprescindible para el crecimiento.
En la crisis se descolocan las piezas del rompecabezas existencial y se atomizan para volver a encajar en una configuración nueva, igual no completamente nueva pero sí revisada y distinta.
Es necesario el dolor para el crecimiento personal, porque es una ruptura con uno mismo y con una forma de ver el mundo.
A partir de ahí, cuando se atraviesa la membrana que nos mantenía confortables pero atrapados, se abre ante nosotros una nueva realidad con sus posibilidades intactas para disfrutar del siguiente anillo de crecimiento, como un árbol, como cualquier ser vivo.