Amor líquido y monogamia

El concepto de amor líquido fue introducido por Zygmunt Bauman en su libro homónimo en 2003, en referencia al amor en un mundo globalizado. El término líquido se contrapone a sólido en el sentido de que tradicionalmente era entendido el amor como algo que se construía e iba adquiriendo consistencia, solidez, con el paso del tiempo. La liquidez amorosa actual implicaría al afecto como un producto manufacturado para su uso sin pérdida de tiempo. La dedicación que implica profundizar en una relación y su cristalización conlleva inevitablemente una palabra que suena con estridencia en el entorno actual: renuncia.

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El devenir natural de las relaciones sentimentales suele encaminar a una vida en común, próxima, familiar, solapada. Esto tiene muchas cosas buenas, desde económica hasta logísticamente. La vida en pareja es algo muy edificante y precioso, y cuando existe armonía y ambos miembros reman en la misma dirección se produce la magia y se multiplica lo bueno mientras disminuye lo malo… aunque puede que desaparezca la chispa del deseo.

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Una de las consultas más habituales que me he encontrado en terapia sexual es la eyaculación precoz. Los hombres que la padecen suelen sentirse mal, como si tuvieran una enfermedad. Sería como una enfermedad que les impidiera controlar la eyaculación, como quien controla los esfínteres durante los primeros años de su vida. Pero realmente la eyaculación precoz no existe.

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Educación sexual y afectiva. Desde que nacemos nos enfrentamos a una dialéctica con el mundo y empezamos a aprender cosas sobre nosotros y sobre lo que nos rodea. Este aprendizaje, lo realizamos de la experiencia directa y por medio de personas que nos dicen cómo somos, qué somos y qué nos encontramos en nuestra relación con el mundo. A nivel intelectual, social, físico o emocional la información que nos llega suele apoyar nuestro empoderamiento y capacidad resolutiva. Nos pone a los mandos de nuestra relación con nosotros mismos y con los demás, pero a nivel sexual se queda bastante corta, cuando no, contraproducente.

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El Covid apareció de golpe en nuestra sociedad. Al principio parecía que la magnitud que se le otorgaba era exagerada, al saber que en China se estaban construyendo gigantescos hospitales en tiempo récord para mitigar sus efectos. Se fue convirtiendo en una crisis que modificó la forma que teníamos de relacionarnos con los demás y con el entorno. Todo cambio genera incertidumbre. Cuando este cambio, además de no ser buscado, nos es presentado y lo compramos como algo aterrador, el efecto de esa nueva realidad sobre la mente de las personas puede ser devastador.

 

Tres han sido los factores que han producido el cambio biopsicosocial que ha acarreado el Covid. Por un lado el desconocimiento de su naturaleza y efectos. Esto activó el miedo. Por otro lado y a consecuencia de la anterior, la desinformación o sobreinformación, que abrió la caja de la ansiedad. Finalmente apareció el confinamiento con sus consecuencias económicas, sociales, físicas y psicológicas, que trajo la indefensión.

La deminización del Covid 19

El Covid era la encarnación del mal, era lo peor que podía pasar, se le satanizó y sólo parecía existir en el mundo su presencia o ausencia. Para combatir el miedo ante la nueva enfermedad se creó una especie de estado de guerra contra el virus con dos frentes. Uno profiláctico intentando controlar todas las variables relacionadas con el contagio; y otro físico limitando el contacto entre personas mediante un aislamiento social. El aislamiento social fue una medida implementada para salvar vidas, pero el coste para la salud mental fue alto.

 

Se activó una sensación de necesidad de control, a veces compulsiva, de todas las variables relacionadas con la enfermedad. Inicialmente para no contraerla y en segundo lugar como forma de control social al responsabilizar a quien no controlaba dichas variables de la puesta en peligro de la vida de los demás.

 

Se mantenía un estado de alarma interno en las personas. Lejos de ser aliviado con la presencia de datos objetivos que ayudaran al distanciamiento del motivo de dicha alarma, era potenciado desde el entorno inmediato y desde los medios de comunicación: era el tema de conversación estrella. La alerta puede mantenerse mientras se está en crisis, pero cuando la crisis se mantiene durante el tiempo suficiente deja de ser crisis y se convierte en un estado. La persona debe adaptarse a él si no quiere desarrollar patologías psicológicas relacionadas con su resistencia a la aceptación. Debe aceptar una realidad que se ha instaurado y que no cambiará ni a corto ni a medio plazo.

Adaptándonos a la nueva realidad

Hubieron distintas formas de adaptación a la nueva realidad. Algunas de ellas tan resilientes que tuvieron un efecto contrario, viviendo la vuelta a la “normalidad” con una cierta resignación. Hablo de aquellas personas que entendieron esta crisis como una oportunidad y trabajaron en su autocuidado. Se dedicaron a si mismas cuidando su alimentación, sueño y haciendo ejercicio físico, evitando sustancias nocivas como el alcohol o las drogas. Dedicaban un tiempo a relajarse, meditar o desconectar. Eran personas que entendieron que era una ocasión única para invertir en su higiene mental.

Podían mantener la mente ocupada en pasatiempos u otros proyectos, estableciendo prioridades y tiempos para sus objetivos. Podían evitar sobreexponerse a los medios de comunicación así como a las pantallas en general: móvil, táblet, ordenador. Podían establecer y mantener una rutina diaria. Aprovecharon este tiempo en socializar tomando la iniciativa y siendo proactivos a la hora de ofrecer ayuda a sus amigos, familiares o vecinos. Establecieron una red social con el apoyo de la tecnología, recibiendo y dando apoyo social, las dos caras de la misma moneda: saber que hay alguien al otro lado.

Consecuencias psicológicas del Covid 19

Desgraciadamente, muchas personas no se adaptaron tan eficientemente y sufrieron alteraciones psicológicas que en ocasiones traspasaron la barrera de lo patológico.

Así había una sensación de indefensión ante el Covid y necesidad de control sobre la posibilidad de contagio. Este hecho activa el sistema de alerta de forma casi continua con el coste emocional que ello tiene. Un coste medido en niveles de ansiedad y de desesperanza, indefensión… antesala de la depresión.

En este entorno era común la presencia de rumiaciones, muchas veces de forma automática, de pensamientos recurrentes sobre la posibilidad de contagio o la muerte propias o de familiares.

Como parte de la lucha contra el enemigo una herramienta era la higiene, pero se dio también la presencia de rituales de limpieza. Rituales compulsivos, que iban más allá de las recomendaciones razonables tendentes a minimizar un riesgo sobre el que no se tenía control.

Aparecieron también problemas de sueño, bien por la desorganización del mismo o por la presencia de pesadillas. Estas eran consecuencia de la activación continua del sistema de alarma y de los pensamientos intrusivos.

A nivel cognitivo se dio una sensación de bloqueo que afectaba tanto a la concentración como a la toma de decisiones. Se aumentaba la sensación de falta de control y perpetuaba el círculo de la ansiedad. Esta ansiedad mantenida durante mucho tiempo era acrecentada a diario por el bombardeo de más y más estímulos desde los medios de comunicación y el boca a boca que la hacían más real si cabe. Esta amenaza producía un estado basal de nerviosismo que empañaba todo lo que rodeaba la vida de las personas y, en ocasiones podía favorecer al aparición de ataques de pánico.

Después de la pandemia

Han sido muchas las víctimas de esta pandemia. Muertes, familiares de las mismas, personal sanitario… La repercusión que tendrá el Covid en el conjunto de la sociedad aún estamos lejos de poder valorarlo. Pero a nivel psicológico se han producido modificaciones en nuestra forma de percibir y relacionarnos con las otras personas. Modificaciones en cómo establecemos los vínculos, especialmente en la infancia. La brecha que se inició el quince de marzo del año 2020 ha creado una nueva realidad con nuevas formas de pensar, sentir y actuar.

Rubén Sola Gil estudia psicología en Reino Unido. Con la ayuda de psicólogos y neurocientíficos en «La mente detrás del telón» investigara el funcionamiento y la raíz de muchos de los problemas psicológicos que nos afectan con el objetivo de comprendernos, y ayudar a resolver estos problemas. en esta ocasión estará charlando sobre sexo con Raúl Padilla.

 

En este Podcast habla con Raúl Padilla sobre la concepción que tenemos sobre el sexo. Además, en esta primera parte también hablamos de sexualidad, y de cómo podemos investigar cuáles son nuestros gustos en este campo. Te invito a que imaginar tu respuesta a las preguntas que surgen.

Canal de Spotify de Rubén Sola Gil 

Charlando sobre sexo con Raúl Padilla. PÓDCAST La mente detrás del telón de Rubén Sola Gil

Parte 1

Parte 2

 

Aun siendo un aspecto esencial, la mayoría de los niños y adolescentes reciben información sobre sexualidad desde Internet, en vez de los padres hablar de sexo con los hijosAsí lo dice la Encuesta Nacional de Anticoncepción y Sexualidad que presentó en 2019 la Sociedad Española de Contracepción. Para el 47% de los menores, esa es su vía de formación, seguida de los amigos y los profesores. Los progenitores ocupan el último puesto, con diferencia entre las madres (23%) y los padres (12%).

¿Qué falla para que los hijos tengan que recurrir a otras fuentes y no a su familia? No es sencillo hablar de sexo con los hijos. El pudor y los tabúes juegan mucho a favor de que esta situación, aun hoy, se perpetúe. Y eso a pesar de que los niños adelantan cada vez más la fecha de la primera relación sexual. Según la citada encuesta, está en los 16,4 años. Menores que, en la mayoría de los casos, no han recibido ninguna formación en este sentido por parte de sus padres.

La sexualidad no es solo sexo

Uno de los mayores errores que comenten los adultos en relación a este tema es reducir la sexualidad al sexo. “La educación sexual es mucho más que hablar sobre de dónde vienen los niños, qué es hacer el amor o las enfermedades de transmisión sexual”. “Es algo que, además de escucharse, se siente, se comparte y se vive. La educación sexual debería formar parte de la educación como una más de las dimensiones de la vida”.

Desde que son bebés, los niños exploran su cuerpo y buscan estímulos; con año y medio ya son bastante conscientes de su realidad corporal. Por eso, la educación sexual empieza desde mucho antes de lo que se cree, siempre adaptándola al interés y a la capacidad del menor. Una buena forma de educar sanamente en la sexualidad es referirse a las partes íntimas con su nombre verdadero desde que los niños empiezan a nombrarlas: vagina y pene. Lo hacen así también en los centros escolares y al niño le beneficia no sentir que todo ello es misterioso y por eso recibe nombres raros.

Errores que debemos evitar

A partir de los cinco años, los niños comienzan a hacerse preguntas sobre la sexualidad. Algunos las formularán en alto y otros no. Es muy importante que los padres se muestren accesibles para charlar sobre ello; eso sí, “adaptando el lenguaje y el contenido a la realidad evolutiva de quien nos escucha, porque lo más importante en la comunicación no es quien dice algo sino quien lo escucha”.

En esas primeras preguntas sobre sexualidad o sobre el origen de la vida, conviene no cometer errores como estos:

  • Mentir. No se puede decir a los niños que los bebés vienen de París o que los trae la cigüeña, sino dar una explicación adaptada a su edad del proceso de gestación.
  • Ridiculizar sus intereses o no responder a sus preguntas con expresiones como “y a ti qué te interesa”, “eres muy pequeño para saber eso” o “estas son cosas de mayores”.
  • No asegurarse de que han entendido la conversación. Después de terminar conviene cerciorarse de la idea que ha sacado el niño.
  • Dar una clase magistral. “Se debe producir una interacción y no un monólogo o una clase magistral”. En este sentido, no deberían ser conversaciones con mucha solemnidad o un protocolo especial, como “cariño, ven aquí, que mamá tiene que hablarte de algo muy importante”.
  • No ponerse en su lugar. Los niños suelen hacer preguntas para corroborar o refutar sus hipótesis; es así también en temas relacionados con la sexualidad. Es muy importante ponerse en el lugar del niño y “saber qué pregunta, por qué lo pregunta, qué piensa sobre ello y cuál es la idea que necesita corroborar”, destaca el terapeuta.

La pubertad, una edad clave

La pubertad es el periodo en que los niños se preparan para la adolescencia (algunos la sitúan entre los 8 y los 13 años, y otros entre los 9 y los 14). Es un momento de excepcional importancia para ahondar en la educación sexual, sobre todo porque comienzan a vivirse cambios tan profundos a todos los niveles que necesitan estar preparados. Les cambia la voz, aparece la menstruación, pueden comenzar las autoexploraciones, las primeras relaciones con otras personas. “La sexualidad empieza mucho antes de realizar el coito y es mucho más amplio que este”. “Si tenemos un entorno que vive de espaldas al hecho sexual lo veremos como algo oculto y especialmente atractivo, morboso, y lo viviremos con culpa y en la clandestinidad, pero lo viviremos de todas maneras”.

Si a esta edad no se han tenido conversaciones en este sentido, no se debe esperar más. En la adolescencia, ya es tarde.

Llega la adolescencia

Es muy difícil que si no se ha tratado antes el tema de la sexualidad en familia, el adolescente confíe en esta etapa en sus padres. Sus iguales, sus amigos, son los que los sostienen en esta fase, y los padres quedan muy atrás. Por eso es tan importante hablar de sexualidad con los hijos desde muy pronto.

Cuando nos sorprenden con que ya han realizado el coito, se nos eriza el pelo pensando en que, de repente, se han hecho personas mayores, como si volviéramos a verlos después de mucho tiempo y hubiéramos descubierto que han dado el estirón. Eso quiere decir que nos estamos perdiendo parte de su desarrollo, porque todo es gradual y progresivo.

El ejemplo de los padres

Como en otros ámbitos de la vida, el ejemplo de los padres influye mucho en la manera en que los hijos entienden y viven la sexualidadLos progenitores han de convertirse en un espejo en el que sus hijos “puedan mirarse e identificarse para vivir su sexualidad positivamente” al hablar de sexo con los hijos.

Así, los hijos deberían aprender de sus padres “a no usar su sexualidad sino a vivirla, sentirla y a compartirse con cada persona emocional y afectivamente con seguridad, disfrutando de su tiempo y siendo empático con las necesidades de los demás sin olvidarse de sí”.

Hay que tener en cuenta, además, “que en el día a día hay mucha educación sexual que realizamos a base de silencios, cambios de conversación y malas caras. No hablar de sexo con los hijos también comunica”.

En definitiva, de forma consciente o no, los padres educan a sus hijos en la sexualidad desde muy temprana edad. Cada niño muestra un tipo de interés y es bueno que pueda resolverlo con sus padres, que adaptarán sus mensajes a su madurezConviene tratar el tema antes de que sea una urgencia y de sentir que se ha llegado tarde.

Culpa culpita… ¿Si Sigmund Freud no hubiera existido se habría producido el nacimiento del psicoanálisis? ¿Si Hitler no hubiera nacido se habría producido el movimiento Nacional Socialista en Alemania? ¿Sin Garibaldi habría sido posible la unificación italiana?

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En alguna circunstancia probablemente todos hayamos pospuesto algo que teníamos planeado hacer, o que era necesario, por una labor más agradable o simplemente hemos usado como excusa un «deber ineludible» para retrasar su ejecución.

Este hecho, como cualquier conducta, cuando se convierte en recurrente puede llegar a ser un hábito. El hábito de diferir o posponer la ejecución de tareas que deberían ser atendidas se llama procrastinación y puede convertirse en un verdadero problema cuando nos lleva a vivir en el filo de la navaja del tiempo de ejecución de las tareas.

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